sábado, 28 de julio de 2012

No se puede escribir de Jorge Millones


Tremendo compromiso decir algo de Jorge Millones. Podría comenzar diciendo algo de mi tesis doctoral: “Con el crecimiento de la ciudad, desde finales del siglo XIX, los trabajadores pueden especializar a un grupo de productores culturales que crean nuevas expresiones verbales y rituales: el vals y el fútbol, y con ellas la identidad de clase”. Además, como se ve en el cuento sobre Piero Bustos, Jorge es consciente de la importancia que pueden tener algunos músicos. Si hasta da ganas de escribir otro cuento sobre Millones. Al fin y al cabo su música puede ser identificada como un nuevo criollismo. Lo reconoce al dedicar el libro a su padre “buen cantor, guitarrista y chupacaña” (p. 3) como dice Jaime Cuadra en “China hereje” y repite Jorge bien entrecomillado para que a todos les quede claro. En alguna canción el guitarrista Felipe Pinglo, y el saxofonista Delfín Lévano aparecen “trovando este valsecito” “a espaldas de Santa Clara” “en una noche estrellada”. Es una canción que tiene su historia: la de un joven Pinglo escuchando hablar a un Mariátegui ya maduro, en la Federación de Panaderos “Estrella del Perú”. Historia que Jorge la recoge Manuel Acosta Ojeda, a quien se la dio Augusto Ballón Muñoz en esa transmisión de tradiciones que van de una generación a otra (pp. 79-80), fundador de la primera célula del Partido Comunista en los Barrios Altos y seguramente pariente de ese magistral músico arequipeño, autor de “Melgar”, Benigno Ballón Farfán. Que siempre la rebelión fue cantada. Rebeldes y cantantes, Jorge Millones, Fernando Renteria, Daniel Ochoa, por sólo mencionar a mis mejores amigos, son lo que se podría llamar el nuevo criollismo, que no tiene porque ser repetición del antiguo ni dejar de incorporar otros ritmos, no olvidemos que Pinglo comenzó tocando jazz. Pero ante Jorge uno no puede ser doctoral, Jorge desarma al académico. En primer lugar porque él es de lo más opuesto a esa mala costumbre de privilegiar la razón por sobre el sentimiento. En su muro de facebook uno encuentra duras expresiones como aquella de “Me dices cínicamente que eres "intelectual". La cuestión es: Eres un intelectual profundo o un intelectual pro fondos?”. En el libro nos anuncia: “He perdido la Razón, pero la Razón me ha perdido a mi también” (p. 70). Por eso renuncia a la Filosofía y se dedica al arte: “descubrí que el arte también podía ser un camino para la reflexión y exploración de la verdad. La reflexión filosófica, aquella, la racional, no es la única manera” (p. 87). Los propios filósofos se ven rendidos frente a la canción. Zenón Depáz, convocado para el epilogo del libro, dice que “remitiendo la palabra a la música (…) opera un reencantamiento del mundo” (p. 93). Entonces hay que elegir otra entrada. Y uno puede referirse al militante revolucionario que hay en Jorge y como su canto calza con la resistencia al senderismo y al neoliberalismo. Efectivamente vemos una canción que tiene mucho de piquete y que nos dice “Volvieron a ocupar las avenidas/ volvieron a cerrar las carreteras/ parece que nadie los entendía/ parece que nadie se lo esperaba”. Alusión notoria a lo intempestivo que tiene toda la lucha popular. Lo decía mi tocayo Bensaïd: “Siempre anacrónica, inactual, intempestiva, la revolución llega entre el ’ya no’ y el ’todavía no’, nunca a punto, nunca a tiempo. La puntualidad no es su fuerte. Le gusta la improvisación y las sorpresas. Sólo puede llegar, y ésta no es su menor paradoja, si (ya) no se la espera”. Como además de disco hay libro digamos que, en los cuentos, nos encontramos con Hugo Blanco y su periódico (p. 32), Alberto Pizango (pp. 48-52), Marco Arana (p. 60) y sobre todo con esos personajes en los que uno puede reconocer desde el nombre (Juan Mamani, Pepé Ramos) los colectivos humanos de nuestro país. Además Jorge se burla de quienes desde cualquier posición intelectual, los desprecian por “su desconocimiento del sistema opresor capitalista-patriarcal-cristiano” “¿Qué michi significa alienados?” (p. 41). Ellos quizá no sepan mucho pero son los que van a la marcha para acabar con la dictadura. Y, por cierto, no todos son cuentos. En Nuestra América, que es demasiado indígena para llamarla En Cascabel la realidad se llama testimonio y Jorge nos va contando de sus relaciones con dirigentes de organizaciones sociales de base, análisis políticos. Entra de cabeza en eso que algunos llaman estudios subalternos: “escribir la historia de los pueblos desde los pueblos” (p. 51). Por cierto también se refiere a otros colectivos, esos que se construyen desde la rebeldía, el Colectivo Amauta (p. 88) o La Hormiga del Cuzco (p.32) a quienes además dedica una de las canciones del disco. Pero Jorge también le huye a la política pura. Privilegia la ilusión al poder al punto de parodiar la consigna senderista que enaltece al poder y convertirla en otra que enaltece la ilusión: “salvo la ilusión todo es poder” proponiendo como utopía a forjar “El gobierno del amor”. Y es que “el amor y la ternura son fuerzas imprescindibles en la lucha por vivir libres y dignos” (p. 97). En cambio “el poder es una mentira” (p. 84) que ha construido una “sociedad mitómana” (p. 85). Entonces queda claro: nuestra lucha no es para cambiar un gobierno por otro. Nuestra lucha es por la vida. Y es una pelea en la que estamos condenados a ganar. Es más ya hemos ganado, “tilín talán” “Alguien le ha puesto un cascabel a la bestia” (p. 69) así como en el dicho popular se le pone el cascabel al gato. De ahí el nombre del libro. Cascabel era el mote que le puso el fujimorismo a uno de sus perseguidos en el Cuzco. “Ahora le dimos vuelta a ese alias y es nuestra reivindicación, nuestra consigna” (p. 97). Entonces podría recordar que antes que literato fui hombre de imprenta, mejor dicho hijo de imprenta porque Libros y Letras era la imprenta de mi madre, donde aprendí a leer antes de entrar al colegio. Al que ha pasado por la experiencia gráfica y aún al simple lector, no se le puede escapar que el libro de Jorge es distinto. Lleno de colores, con letras que crecen y se achican, con muchas fotos y dibujos. Pero uno rápidamente se da cuenta que no son las letras las que cambian de tamaño sino que son los hombres mismos. Y el “Hombre del progreso” que normalmente es enorme se hace pequeño mientras que los obreros, campesinos, gente del barrio, el hombre de a pie que normalmente es pequeño se hace enorme. “El hombre que Progresa ha firmado su sentencia” (p. 63). No, no se puede escribir de Jorge, mejor es escucharlo, cantarlo